A dos velas
A dos velas la pluma
arañaba el papel usado y el verso salía fértil y certero de las manos de su
creador, el hombre que escribía acababa de desconectar su ordenador, apagado la
luz, desenchufado el televisor y solo se
permitió oír lo justo en un viejo transistor, y a dos velas, por aquello de
estar al día de cómo llevaban las tareas las tropas aliadas frente a Gadafi, cómo
el equipo local de fútbol nos auto-estimulaba y más incertidumbres sobre la
tragedia japonesa.
Aguerrido combatiente
del progreso estuvo rodeado hasta ese momento de todo lo electrónico, hasta llegar
a ser un consumidor vital de todos los mix energéticos, electro culturales de economía sostenible, y
cuando las pilas se le agotaban también
se sacudía una bebida mix de aporte energético con altos componentes
vitamínicos; todo aventurado para terminar en el parador de la seguridad social
conectado a más cables a la vuelta de los años, y con posterioridad al fogonazo
incinerador.
El poema empezó sobre el
sátrapa disfrazado de acomodador de circo en jaima, machacando a los libios,
protegido por su oasis petrolífero, mientras las huestes de los derechos
humanos se demoraban en actuar desenmarañando sus intereses energéticos;
continuaba angustiado por los temblores de las velas, bailando al compás de un
terremoto de réplica infinita, se sumergía en la devastación de un tsunami y
repetía un oráculo contra la fuerza invisible de la radioactividad que amenaza
al ejemplar nipón.
Son tantos días
conjugando tragedias vertiginosas que impedían poner cada cosa en su sitio; la
coctelera sufría de ese punto de excesos que impiden encontrar el sabor del
brebaje, parecía casi una insolencia
ocuparse de Haití, Chile, Túnez, Egipto, Moodys… Hasta Gúrtel pretendía consumirse en las hogueras falleras.
La salida del miedo y
la incertidumbre de este hombre encontraba la consolación áurea en las palabras
que escribía, pero se debatía entre el simulador de la batalla en la play, o la
foto sepia de la imagen de Gandhi; entre
la certera disciplina del samurái y las inimaginables consecuencias del escape
de radioactividad.
Por eso, en ese
arranque hispano de propósito de enmienda, redujo su gasto energético al del
pabilo tembloroso de unas velas,
guardadas para la previsión de un corte de luz. Era demasiado para su mente
encontrar el quid de la cuestión, su aleteado trotar por el progreso sucumbió a
la perplejidad del mix energético; la presencia en primera plana de los
cátedros de física atómica lo escamó
tanto que su biblioteca de Alejandría particular, de miles de volúmenes en pdf
quedó destruida e inutilizable en el cubo de basura.
Antes de romper el
viejo televisor, por el vicio indeclinable de la última copa, se flageló con el
mando a distancia. Las imágenes las ocupaba el fallero mayor Camps, siempre
acicalado, le acompañaba templando gaitas Rajoy, quién no sacó a su primo, para
decirnos que el debate sobre la energía nuclear no tiene color político y que
lo debemos concluir por su populismo
irritante -¡caramelo!
Apagó de inmediato el
televisor, dejó la escritura, decidió acostarse temprano para poder ir andando
al trabajo tras una leve ducha de agua fría. Buscó no obstante un viejo
cancionero para ir recordando las canciones que no volvería a escuchar en su
ipad, su oficina móvil también fue a la basura. -¡hay gente pa tó!
Curro Flores
20 de marzo de 2011
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