Con la más aviesa de
las intenciones Albert Rivera, y la grave omisión de sus deberes de la
presidenta del Congreso, Ciudadanos más PP,
neo flechas y pelayos, cuestionó
el doctorado de Pedro Sánchez, que no ofrece sombra de dudas como se ha podido
comprobar.
Me ha llamado la
atención que el líder Albert, haya asumido el papel del malo de la película,
mala tropa le acompaña. Posiblemente quería meter más ruido de la cuenta, ante
su falta de espacio tras el voto de censura, y quería desnudarse de nuevo, esta
vez por dentro.
Hasta el menos avezado
en el mundo de la imagen, y en la política más, sabe que su fechoría, tiene un
amplio recorrido, para que las tropas mediáticas más señaladas de la derecha, haciendo caso omiso de cualquier
criterio deontológico, se doctoren en la infamia contra el legítimo doctorado
del presidente. Se tomarán todas las acciones legales, pero el daño irá de boca
en boca como consigna que pesque bobos en las aguas revueltas de los C.V. de
algunos políticos señaladísimos.
Oír el desparpajo con
el que maneja Inda su ignorancia sobre la elaboración y contenidos de las tesis
doctorales es bochornoso; peor se pasa leyendo los titulares de ABC, El Mundo y
leer sus comentaristas, o en las redes
sociales los asociales cantando bingo;
aunque, Ana Rosa aspiraba en su programa a cum laudem, apoyándose en una
aspirante a doctora, como si faltaran doctores y catedráticos en España, para
aleccionar a sus televidentes. En el affaire de su marido, aunque tarde, podía
haber llevado un albañil y un aspirante a policía para ilustrar a su parroquia
del entramado.
Triste la que ha liado
Albert Rivera, aunque todavía le queda por explicar su curriculum Guadiana, que
dónde había un doctorado, aparecía un máster y viceversa, hasta que la rectora
de la Universidad Autónoma de Barcelona lo ha dado por desconocido, cosa de
echarle cara.
Lo más triste de esta
populachería de baja estofa, es que da pie a esos populismos que florecen
contra todo lo construido por la democracia.
La libertad de cátedra,
no puede permitir el libertinaje e iniquidad del Instituto de Derecho Público
de la Juan Carlos Primero; ni la división de poderes puede ser un sustraendo a la democracia;
tampoco el aforamiento político puede proteger la acción privada de las
autoridades aforadas.
La vida pública no
puede estar sometida al secreto de confesión, como el sigilo sacramental no
debe amparar un delito. Hacer democracia es ponerle luz y taquígrafo a nuestro
gasto público, hasta lo más íntimo de las covachas de las que cualquiera se quisiera
aprovechar.
Curro Flores