Los
sin fases de escalada
Una
anciana que como tantos otros para su
desgracia, y para la sociedad sensible, arremolinaba sus pertenencias en un
banco de la calle, despertaba al más pintado con sus malhumoradas expresiones,
a gritos a la hora del canto del gallo, decretada la clausura viral, varias
veces la policía intentó obligarla a
confinarse con su correspondiente ruido, ya no la veo.
Lo
que si fue más evidente, es que la reclusión también le afecto a los mendigos
habituales que eficazmente se apostaban en varias zonas cercanas a la Iglesia y
los supermercados. En mi primera salida a comprar con la calle vacía, me
sorprendió un nuevo limosnero sentado a
dos metros de la puerta de la tienda solicitando caridad, desharrapado,
desgreñado y con una rojiza cara de nórdico; con los días, se formo un grupo de
homeless de mediana edad y buena complexión, que libremente deambulaban
pidiendo, y ocupaban los bancos con sus discusiones airadas multilingüisticas,
que iban desde el bereber al anglosajón adobado con la forma autóctona del
aspero marengo; varias veces las charlas se han calentado a empellones y
puñetazos, y hasta un día hubo carreras policiales cuando por el estado de
alarma tocaba la calzada a más uniformados que paisanos.
Estas
personas no conocían los pasos de fases salvo las lunares, su don Simón no
salía por la tele a contarles la “mala nueva” de la pandemia, su don Simón
estaba en tetrabrik y cuando al ocaso
les salía por los poros el alcohol metía más ruido por su aliento que los
agradecidos palmeros desde las terrazas, o los cabreados percusionistas ocultos
en las cocinas.
En
fase tres, ya saludan y preguntan por la salud los de siempre mientras menean
el platillo, los restos de los desconfinados sin hogar andan sueltos en los
bancos, en alguna recachilla de algún local eclesiástico o bancario. Hoy, como
durante todo el confinamiento a primera hora de la mañana, el escenario del
auditorio del parque Eduardo Ocón, estaba que parecía una leonera de cartones,
mantas y otros enseres de los vagabundos pernoctadores, al igual que en los
tiempos de nuestra llegada al ayuntamiento, cuando era el lugar de cita de los
hippies europeos en la temporada estival hasta que hubo que limpiar el aposento.
A
la vuelta del paseo una furgoneta de la policía con varios agentes estaban en
los jardines del parque junto al Auditorio, pude ver que su tablado estaba
limpio como una patena, varios operarios de limpieza estaban cerca, atrás en el
mismo banco de todos los días, sin ERTE, mantenía su cartel en el suelo -I AM HUNGRY,
a espera de levantar cabeza de nuevo cuando vuelvan los cruceros, mientras van
pasando con marcha animada los malagueños con su rostro tapado disfrazados del
Caco Bonifacio.
Curro
Flores
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