Martín Villa en el club de la Transición
La jueza argentina
María Servini, tuvo ayer la oportunidad de interrogar voluntariamente a Martín
Villa, como participe “en el plan sistemático, deliberado y sangriento que
desde el inicio de la Guerra Civil se orquestó por el franquismo, para
aniquilar a la oposición entre el 18 de Julio de 1936 al 15 de Junio de 1977”. Responsabilizándole
por la muerte de 12 personas debido a los disparos de la fuerzas de seguridad y
elementos de ultraderecha, cuando ejercía de ministro. La togada, no ha sabido
hasta ahora, separar el grano de la paja, quizás inoculada por la expresión “descender
a los infiernos” que utilizó Ernesto Sábato, cuando sintetizó los horrores
conocidos en la investigación como presidente de la Comisión de la Verdad por
los crímenes cometidos en la dictadura de allá. Lo nuestro fue muchísimo peor y
duró, más que una eternidad, la vida de un impío dictador y un poco más.
No miente Martín Villa,
cuando dice que la Transición española fue lo contrario de un genocidio, y
aunque la oposición le llamáramos su “porra”,
la verdad es que su comportamiento como “cachorro del franquismo”, dicta de
estar lejos de alguien que en su “cambio de camisa”, no trabajara desde sus
atalayas públicas para posibilitar la vuelta a la democracia, sin cortapisas
apreciables. Por eso veo acertado el apoyo de los cuatros ex vicepresidentes de
gobierno, y los líderes sindicales de aquella época convulsa y posteriores.
Hace unos años cayó en
mis manos un tomo de una colección de la revista Blanco y Negro, de fechas
anteriores al inicio de la Transición, y me disparó a leer una entrevista a
Martín Villa, nunca he visto una descripción más precisa del guión que más o
menos vivimos posteriormente, gran actor pitoniso reformista, cuando debatíamos
con los futuros UCD, y la oposición entre “reforma y ruptura”, que cristalizó
en lo que llamó Felipe González en la “síntesis armónica entre reforma y
ruptura”.
Pero curiosamente, ayer
leía un artículo de Francisco Tomás y Valiente, de mediados de diciembre de
1977, representando a la Asociación contra la Pena de Muerte, formada por intelectuales
como Gimbernat, Sueiro, el obispo Iniesta, Aranguren y hasta el mismísimo Julio
Caro Baroja, que con unos estatutos redactados por Eduardo García Enterría, el
sabio del derecho administrativo, no consiguieron que pasara el trámite por el
ministerio que ostentaba Martín Villa.
Las pretensiones que
nos relata Tomás y Valiente, insigne jurista e historiador, posteriormente
presidente del Tribunal Constitucional, asesinado impunemente en 1996 por un comando etarra en su despacho de la Universidad. Este grupo de
pensadores pretendía incluir en la
Constitución que se estaba debatiendo en aquellos momentos, la supresión de la
pena capital, acorde con el artículo del derecho a la vida, y creo que el
ministro del ramo, don Rodolfo, no lo tenía incluido en su kit de la
Transición.
Estos cuarenta años y
más de Carta Magna, han sido sin comparación el mejor periodo y más largo de la
historia vivida en España, desde sus ideas don Rodolfo ha participado y asumido
el diálogo con los adversarios, pero me gustaría haber conocido todos los
secretos de su ministerio en los llamados “años de plomo” de la lucha contra la
violencia desatada por ETA, aunque sus compañeros parlamentarios del PP nos lo
impidieron.
Curro Flores
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