De los sobres a los
botes
Anfaco la patronal del
sector conservero ha dado marcha atrás y renuncia a su propuesta de pagar con
latas y botes, de sus exquisitas conservas, el 30 por ciento del salario a los
8000 trabajadores/as del sector, compuesto en su mayoría por mujeres de Galicia
y Cantabria.
Anfaco podía aprovechar
esta ocasión para cambiarse su ridículo nombre de fármaco y ponerse el
suculento nombre de Carpanta Club. Menos mal que por ahora no ha cundido la
sugerente idea de los patronos, porque me veía volviendo a las épocas del
salario de pan y chorreón de aceite atrojado para el pago a los aceituneros o
de una carretilla de ladrillos y mezcla para los albañiles.
Cambiar el sobre o la
transferencia de la nómina por un carrito o varios de la compra, a uno no se le puede ir la paga en
gourmeterías, y la carga puede abultar cuando son alubias y garbanzos; es una
idea tan sugerente como pagar las
stock-options de los directivos con
atractivos carritos cargados de palos de golf hasta que se les acaben las
pelotitas, los hoyos y los chollos.
Entre el carrito de
golf y el carrito que lleva el sin techo que hurga en los contenedores hay un
gran techo de clases. Pero cada día más los que venden los carritos se van
forrando a costa del manjar del neuromarketing descubierto para las grandes
superficies, que te hacen tirar del
carro hasta para comprarte una caja de clínex y un escobón, para que sientas el
ridículo de no llevar tu carro lleno de
manjares.
Ir al banco de
alimentos con un carro de la compra está a la orden del día que se nos oculta,
y pasarte por la puerta del super para parecer que sales de la compra da casi
tanto lustre como el de echarle una moneda en la puerta de la Iglesia al que
toca el acordeón.
Parece que estamos
lejos de la metáfora distópica de la película “Cuando el destino nos alcance”,
pero alguien parece que nos quiere acercar a la fábula de pegarnos y pagarnos
por llenar nuestro carrito del soylent
green el alimento con el que se
nutría a la inmensidad de los 40.000.000 de habitantes de Nueva York, menos al
círculo de los privilegiados que podían saborear alguna albóndiga natural en
sus mansiones protegidas y lujosas.
Anfaco me ha acercado
tanto a todos los carritos, como la
Semana Santa al péplum de las cuadrigas de Ben Hur. Pero nunca tendré claro lo
que lleva la jueza Alaya en su trolley, cuando hoy se puede llevar la
Biblioteca Nacional en un pen, posiblemente llevaba las reproducciones de las
cabezas de Chaves y Griñán, para someterlos a su peculiar ceremonia vudú.
Curro Flores
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