El espanto al
emigrante, pobre
La filósofa Adela
Cortina, fiel a que nuestro cerebro es muy plástico, nos ha metido en su mundo
de pensamiento, para guiarnos despejando la incógnita, ante el severo
desconcierto que nos provoca, el tsunami de xenofobia.
Su reciente libro,
“Aporofobia, el rechazo al pobre” editado por Paidós. Nos abre los ojos con una
palabra también de etimología griega, de muy arcana raigambre, que sitúa en el
centro de nuestro ser, la aporofobia más que la xenofobia, porque en el fondo
nuestros rechazos a inmigrantes y refugiado, tienen más que su esencialidad en
la extrañación xenófoba, sino en el
espanto y miedo que nos produce la pobreza de los otros, aporofobia.
Hace algunos años pude
oir por primera vez a Adela Cortina, en alguna de las conferencias que sobre el
pensamiento filosófico más de actualidad, nos organizaba Julio Quesada, por la
que disfrutamos de Ángel Gabilondo, Rogelio Blanco, Victoria Camps, Eugenio
Trías, y tantos otros. Sus palabra me evocaron los momentos de intensidad y
vuelco que me transmitieron María Zambrano, Jorge Guillén, Ernesto Sábato…Adela
Cortina esculpe con la ética los caminos de la sociedad.
La lectura de
Aporofobía, me llevó a un mediodía caluroso y huracanado en el norte de la
provincia de Málaga, cuándo la tierra del olivar y el pejuar graban los
cristales, y el viento solemne rompe el ritmo de los grillos. En aquellos años
finales de los noventa en el que empezaron a llegar los primeros temporeros
inmigrantes a recoger aceituna, la mayoría marroquíes.
Con una cerveza
refrescante, surgió la charla con Antonio, y con un “cucha” fuerte, casi
cordobés, requirió mi atención, me espetó sobre la preocupación que había en el
ambiente con los nuevos jornaleros, que si bien cumplían extraordinariamente
con su labor y mucho más baratos que las cuadrillas de la zona, podían dejar
embarazada a algunas de las hijas del lugar, sin tener dónde caerse muertos.
Le sugerí una solución
para salvar su miedo a los marroquíes, le dije, que con parte del dinero que se
ahorraban de la cosecha, por los sueldos ridículos que pagaban, que llevaran a
sus hijas unas vacaciones en Marbella, allí en la Milla del Oro, si tenían
suerte se podían emparejar con un árabe hijo, que les podía dar una saneada
descendencia, y solucionado el problema. Antonio no pudo otra cosa que lanzarme
con sorna un -¡qué bribón eres!
Muchos andaluces
durante el periodo de la abundancia, aprendieron algo de la geografía mundial,
empleando inmigrantes económicos, asunto que llevaban con holgura y peores
comentarios, con su rosario de cuentas acuestas.
Nuestras más señeras
autoridades no tuvieron empacho en recibir al presidente del Málaga, Al Thani,
a pie de césped en la Rosaleda, como al reaparecido Rey Midas. En Marbella se
le puede dejar una planta de un hospital público, para que la habiliten, y nos
pueda visitar un monarca saudí; y así hasta el infinito, sin producir asombro.
En España, considerada
Laboratorio de Emigración en Europa, podemos medir nuestro grado de aporofobia, mientras convivimos con nuestro alto grado de soporte de filodiafthora, amor a la corrupción.
Curro Flores
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