EL JUICIO MALAYA


Juicio Malaya, 27 de septiembre
Por fin comenzará la Sesión, todos los medios de comunicación vienen dando con todo lujo de detalles los prolegómenos del macroproceso: togas dispuestas, acreditaciones de medios, páginas del sumario, método propuesto  para la vista, números del montante del saqueo, indemnizaciones y años de condenas solicitados…
Como si de una cosa muy importante para mí se tratara, debo confesar que desde el inicio de la singladura del caso Malaya, cree mi propia carpeta de archivo, dónde regularmente iba almacenando megabytes de podredumbre.
Proclamo que he sentido y siento  un cierto estado de viudedad durante todo este tiempo, y más ahora: ¡nos falta Jesús Gil! El de Imperioso en los mítines, el de las bravatas televisivas en la bañera, el que quería convertir  y convirtió la administración del municipio de Marbella y en empresas de sus lujos cleptocráticos, el del abanico despechugado, el de los arcos de escayola, el del todo a cien (millones).
Siento esa especie de viudedad, porque aunque por suerte se juzga  a una caterva de presuntos malandrines, señoritingos de tres al cuarto, botarates y demás aves de rapiña, -¿qué hubiera sido de la suerte de tanto villano, si no hubieran tenido el paraguas de tamaño señor? La verdad es que de los números de la limpia que les afecta a los vasallos  de Gil, con Roca a la cabeza, en su mayoría, amasaron  una gran fortuna a la par que infortunio.
No he querido mirar en esos archivos que,  como virus inmorales me hubieran puesto al día de la magnífica investigación policial, de los hallazgos llamativos del latrocinio a lo largo  del sumario, de la extenuante labor judicial, de los rifirrafes de los programas del corazón;  porque me basta hurgar en la memoria de aquel mi viejo estado de concejal de provincias, que almacenó en su capacha todos los tomos de Derecho Administrativo, y esa experiencia que dan mis primeras legislaturas  municipales.
Al maltratado solar de la Costa del Sol  durante franquismo, los primeros Planes Generales de la democracia quisieron poner coto al   golferío  urbanístico y  dar servicios a los ciudadanos. Aquel elogiable  trabajo no pudo soportar los efectos de una crisis que hicieron surgir las patrañas lisonjeras de los nostálgicos. Querían poner a don Jimmy de Mora de alcalde ¿Recuerdan?, ante su negativa, surgió y sin primarias ese ciclón asolador, Jesús Gil, constructor de mala fama.
Los que como San Pedro,  niegan ahora  haberlo conocido, recuerdo que me embutían cada sobremesa de gloria en aquellos tiempos, habían encontrado el milagro que necesitaban, el del pan y los peces, pero en ladrillo, mortero  y “morterá” de billetes. ¡Qué magnífico tufo de hipocresía!  Pedirle peras al olmo, puede ser tan bueno en el  ejercicio de la esperanza, como insultantemente banal.
Desde  el 27 de septiembre, muchos hablarán, dicen que nos deparará muchas sorpresas, bienaventuradas si son a favor de la Justicia. Pero en el panorama, sólo nos queda una grúa dónde hubo cientos. Los vecinos han quitado las banderas nacionales de sus balcones y terrazas, de los  grandes días futboleros,  ya ajadas por la calima; en su lugar miles de carteles de “se alquila”,  “se vende” (los mejores  letreros también los venden los chinos).
Cualesquiera que sean las sentencias, desde que se pinchó la burbuja inmobiliaria, -dicen algunos, - desde el mismo día que se inició el caso Malaya, hay colas de parados que viven en el infortunio, de aquí y de allá. Esos no esperan su suerte en un sumario, su condena tiene malditas formas cotidianas, sin papel de prensa. Y lo peor es que un aguerrido candidato del restablecimiento ético en Marbella, me decía con zozobra el otro día,  que tenía dudas de que sus paisanos no hubieran vuelto  a votar al desaparecido Gil y Gil, la duda ofende.
Francisco Flores
25 de septiembre, 2010

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