Unas
fiestas sin virulencias
Los
primeros días de mayo y para salir del hartazgo monacal, dedique un artículo a
pedirle a los hados que se pudiera celebrar la Feria, pero ayer me enteré que
la fortuna me ha birlado el deseo, y el Ayuntamiento se ha visto en la
prevención de anular la luminosa vista de fuegos artificiales.
Hace
unos días en Europa saltaba de nuevo el debate norte-sur, a propósito de
dotarnos de fondos contra las devastaciones económicas que ha causado la
pandemia, y surgían las manidas comparaciones, de la fábula de Esopo de las
cigarras y las hormigas, nuestros conciudadanos de arriba se creen laboriosos,
previsores y ahorradores, unas “hormiguitas”, y nos tienen a los de abajo como
unas cigarras juerguistas determinadas por el tópico de unos amantes del carpe
diem. Un conocido de mis vacaciones en Aguilar de la Frontera, cuando los mulos
se hicieron tractores, y tuvieron que abandonar la acequia, la yunta y el
bielgo de sol a sol, quiso coger dos turnos y medios diarios en una fábrica
alemana, se lo impidió el sindicato, y él les dijo, -si aquí nada más que se hace ver pasar los
hierros por la cadena. A veces nuestro humor latente, nuestras formas jaraneras
impiden ver la carga de cemento que se lleva en la espalda.
La
magnífica Feria no se puede celebrar, pero hay que recobrar la alegría como se
pueda, el Consistorio quiere que doña Teresa no llegue con resuello a
septiembre, y le ha puesto la tarea de medio llenar auditorios y plazas durante
julio y agosto, por eso de no rozarnos para evitar las mascarillas, y que nada
más contagie el buen hacer de los artistas. Me gustaría que esta idea, que
surgió de sopetón tomara cuerpo y carácter, porque más o menos así nació la más añorada Feria del Centro.
Allá
por los años 6o del siglo pasado, cuando en el solar del Paraíso eramos la
mitad, en mis primeros garbeos juveniles por la feria del Perchel, al pasar por
calle Mármoles sonaban los acordes de un éxito de los Brincos, interpretado en
directo desde la esquina de la Casa de las Monjas en calle “La Puente” por tres
chavales que se desgañitaban con sus
guitarras eléctricas, mientras los vecinos bailaban entre macetas, esperando
lanzarse por bulerías, y en las mesas
cundía el “tomate picao” a libre disposición, y las botellas de cerveza
Victoria en el lebrillo bajo la barra de nieve ¡gran alegría festiva!
No
añoro la alegría de la miseria, pero si evoco las pequeñas magnitudes de
alegría compartida con arte, la Feria que crecimos como aquellas pequeñas
fiestas de San Juan que tanto divertían armando el “juá” de andar por casa, han
derivado en cantidad de negocio frente al ocio, en toneladas de basura
cubriendo las arenas de las playas, y en los embotelladas quedadas donde a
veces aparece la virulencia.
Nos
nace una oportunidad de poner perlas artísticas en las calles, buen gusto y
convivencia, hospitalidad en la canícula del Sur de Europa, y así como vinieron
concejales de más de una ciudad andaluza a impregnarse de aquella primera Feria
del Centro para importarla, las cigarras más activas del mundo, las malagueñas,
deben demostrar de nuevo su capacidad festiva en esta inevitable oportunidad
vírica.
Curro
Flores
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