viernes, 12 de abril de 2024

UNA GABARRA POR EL GUADALMEDINA

UNA GABARRA EN EL GUADALMEDINA

Hay que remontarse a algunas riás, porque  las históricas inundaciones que vivimos en 1989, cuando me soltaron el bastón y puente de mando de Noé sin pericia náufraga; para imaginar una jábega retornando del Limosnero remada hasta la mar, quimera mayor que el empeño de los sabiondos de la Ciencia californianos, tratando de desviar los rayos solares para evitar el calentamiento global ¡cuidado con la Costa del Sol! Porque  lo del moreno de Bonilla se palia con una visitilla al Papa, capaz de nublar la mayor tormenta de las arenas del Sahara en low-cost hacia nuestros cielos, para perder el over-booking saetero. Las imágenes de los mediocres nacionales están que se salen con el desparrame de la euforia, siguiendo la gabarra de sus chicarrones bilbainicos campeones de las del Rey, brindando con gorri y sus chapelas por la ría nerviosa del Puente Colgante más elegante, dicen los vizcaínos. Como la envidia noble es más sana que nuestra Sanidad andaluza, me muero de ella, después de empatar con el equipo de las caballas. El Club malacitano, si en algo triunfamos es de tener más papeles atrancados en los juzgados que la Federación Españolas de Rubiales y comparsa. Lo cierto es que muchos chicuis han echado el bofé driblando los pedruscos de los Montes, recalados en el Guadalmedina en alguno de sus raros amerizajes al Mare Nostrum; nada comparable con las arenas de Lezama, con sus ocho campos de fútbol, capaces de formar a todas las estrellas vascas del pelotazo;  su cantera de leones, hasta con jaula para porteros voladores y césped sin artificios. Los colores blanquiazules, salvo las estadías de Viberti y la copla del jeque a lo Pellegrini, de copas celebradas, las que con dolencia de corazón vende en el quiosquillo de la puerta de la Rosaleda, mi gentil compañero de convalecencia en mi estancia hospitalaria, más salud le deseo.

Curro Flores

 

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