PODEROSOS AL DIVÁN
Los que creemos en las bondades de la política, también en la ejemplaridad de la mayoría que la ejerce, ejemplos aparte. Que en democracia crecen como hongos, porque en esta se levantan las barreras de la opacidad. Se nos atraganta el pan con manteca sin sal, cuando los vecinos de la mesa de al lado, se dan a conocer y en frecuencia sin modular, amén de gritar sus dolamas, sus salarios de la orden de los mínimos, sus pasados andariegos; la ella lanzó el berrido auxiliador, dejando a él en sus dudas, dijo: -“A éstos hay que merendárselos a tos y no votarlos más, tanta izquierda”, añadiendo, -“para mi yo quiero con tanta fregona el sueldo de un concejal y hasta me sobra para cambiarme las muelas”; su contertulio dijo que se dirigía para votar por el consejo de su madre, de dejarlos hincharse, para que al final harticos estén para urnearlos. Si fueran encuestas las charlas que me rodean a diario, difícil sería conseguir los atributos del cargo, sin que te rompan el bastón de mando en los costillares. Encima, mi pertenencia militada en la Transición, en la que los políticos gozaban de estima popular, pongo mi sesera en líneas de bits, para señalar desvíos que al menos me convocan la curiosidad y el desvelo de los adversarios de pro, sin mandarlos al diván. Los tomacos de las vidas paralelas de Stalin y Hitler, la bio de Franco de Preston, el Churchill de Roy Jenkins, Gandhi y el Pablo Iglesias de Juan José Morato, se han acercado demasiado a mis meditaciones, sin sabores, credenciales, creencias y dudas. Pero el madrugón se abalanzó con un pantallazo de un artículo de los PSICOPATAS AL PODER del Público, sin remedio para empezar el día, exámine mi memoria de los actos maniacos que tuve en mis estados edilicios: ni Hannibal Lecter, ni Keizer Söze, un poquito de rojo me he debido poner ante algunos, pero sin llegar al John del Mentalista. La verdad es que el poder corrompe, aunque el no tenerlo aumenta el desvarío.
Curro Flores
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