sábado, 28 de mayo de 2022

EL TRAZO DE LOS ARQUITECTOS

EL TRAZO DE LOS ARQUITECTOS

De escolar solo llegué a dibujar la casita con su arbolito, montecitos de fondo y  su riachuelito, me quedaba absorto con las habilidades de varios compañeros, que dibujaban más que dulces garabatos,  ya apuntaban maneras de su futura profesión de arquitectos. Lo mío era calcar  mal un mapa, y tiznar el cuaderno de dibujo copiando un Freixá.

La Málaga que evocó Vicente Aleixandre en su poema, la de su infancia y primera juventud, era la Ciudad del Paraíso. Hans Christian Andersen también quedó enamorado de ella en su visita a España. El ladrillo del desarrollismo y la golfería instalada en el franquismo, fueron enterrando, descomponiendo y maltratando las huellas del pasado de un solar mimado entre los montes y el rebalaje.

Hay que ensimismarse en la lectura de la Guía de la Arquitectura en Málaga, de mi querido amigo, el arquitecto José Ignacio Díaz Pardo, para entre buscar buenas sensaciones, frente al maltrato de nuestra vista. En 1979, al llegar al Ayuntamiento, conocí que Gijón y Málaga eran las ciudades peor tratadas por la fiebre del ladrillo. A tal punto que los jóvenes autores de nuestro primer Plan General de Urbanismo, premio nacional, ante tanto desastre, acuñaron la expresión: -coser el tejido urbano, ante tanto andrajo; hijo de modista, entendí la metáfora de los remiendos a la primera.

Un buen día acompañé a nuestros planeadores: Damián Quero, Salvador Moreno y José Seguí, en una visita de Rafael Moneo, interesado en los avances del Plan General; para la sensibilidad del gremio, era obligado la peregrinación a la iglesia de Stella Maris, obra de García de Paredes, ahí empezaban sus aclamaciones y comentarios elogiosos, repetidos otras veces por Oteiza, hasta todas las escuelas de masones que la hubieran contemplado.

También el Pritzquer Moneo, subido encaramado en un panel, exclamó el Eureka al otear desde un ventanuco el interior del Mercado Mayorista vacio, que tantas veces vi abarrotado de cajas de frutas y verduras. El edificio abandonado durante tantos años, declarado Bien de Interés Cultural, me costó muchos sinsabores hasta que se le acomodó para el CAC.

Saber ver la arquitectura me seducía, pero  lego y burdo soy en su aprendizaje. Un día coincidimos Pedro Aparicio y Manuel Alcántara, con Manuel de Solá- Morales, célebre arquitecto, autor del proyecto de la Plaza de la Marina, que nos dejó su superficie en tierra de  albero, muy andaluz, para pegar volantas taurinas a socaire de los vientos marinos. Nos dijo, que iba a visitar su obra,  a lo que el poeta por lo bajini apuntó: -“el culpable es el único que va dos veces al lugar del crimen”.

En los atascos del puente de la desesperanza, observo que se dan los últimos toque al blanco edificio, el esperado hotel de Moneo, sin comentario, salvo indicaciones de cicerone, aunque me surge la curiosidad de las terracita, por sus azulejos de evocación árabe, para chiringuitos-restaurantes pop marinero. Sin palabras, salvo la del acompañante que dijo: -¡qué monada, no lo pille la calima! Continuamos silenciosos  la riá de coches rio arriba.

Curro Flores

 

 

 

 

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