EL DEPÓSITO A TOPE

EL DEPÓSITO A TOPE

Apurando las últimas gotas, a la cola de muchos bloquecinos  espaviladetes, algunos con el escueto atavío de la noche playera de San Juan, la gasolinera low cost tenía a la cajera congestionada.

Tronco móvil y manguera iniciaron su sesión de sexo, mientras yo ejercía de mamporrero “pagano”. Henchido el depósito sonó el clic de “estoy llenito”; de enrojecido reojo miré los cuatro últimos números para jugármelos en el sorteo de verano. La cuenta del descuento del 20 por ciento me cuadraba menos, que la ecuación de Paco de la Torre de la emisión de gases entre ladrillos y yerbajos.

Ya no sé adónde ir, pero tengo la tranquilidad que mientras mi saldo se vacía, mi tanque estará hasta los topes y el coche superará todas las calores quietecito, aumentando su patina de calima y salitre. Así que se me ocurre lavarlo a manopla, porque el auto-lavado está de huelga.

Aunque de jovencito tuve por uno de mis ídolos políticos a Gandhi, no me apetece hacer una huelga de hambre. Aunque bien merece la cosa un parón al infinito, al ver en los números de los surtidores volando los euros a lo loco, mientras los litros van con la lengua fuera. Se quedan todos los galones.

Tengo una lista de improperios de alto voltaje para consolarme maldiciendo como un carretero, en mi letanía no me quedan dueños de pozos de petróleos, conflictos universales, ni IVAs de ocasión. Pero la impotencia es un lastre del consumidor que ojalá no aparezca en su máxima expresión, aunque  jugamos a la “ruleta rusa”, hacia el vaciado de todas las estanterías. No existen el maná, ni el oasis 5D.

Solo ante el peligro, pero tumultuosamente acompañado por los que esperan vacunados en la gasolinera  la vuelta de los cohetes de la Feria, me pongo la mascarilla para no contaminarme más con las páginas diarias de economía, porque el anidamiento de  los pájaros de mal agüero me quitan el escueto jubilo de la paguilla de verano, ante un otoño para saltárselo a la piola.

Curro Flores